En el prólogo de Música para camaleones, la obra en la que consiguió crear «una estructura dentro de la cuál podía integrar todo lo que sabía acerca del escribir», el propio Capote desgrana la que había sido su trayectoria como escritor desde que empezó a escribir a los 8 años. A Desayuno con diamantes, una de sus obras tempranas, no le dedica en él más que unas pocas líneas. En los diez años que transcurrieron entre ésta y la última obra publicada (Otras voces, otros ámbitos) , el escritor «había estado experimentando en casi todos los campos de la Literatura tratando de dominar un repertorio de fórmulas y de alcanzar un virtuosismo técnico tan fuerte y flexible como la red de un pescador.»
Desayuno con diamantes es una obra resultante de un período de experimentación, como un accidente necesario. En ella leemos a un Capote que propone una historia aparentemente leve, en la que impone un estilo ágil, fresco, a veces cargado de ironía, tan ligero que apenas advertimos que la historia está sucediendo en Nueva York durante la II Guerra Mundial. El ambiente que predomina es relajado, joven, divertido por momentos. El relato lo dirige el que fuera uno de los vecinos del bloque de apartamentos en el que vive Holly Gollightly. Es un recuerdo del pasado. Tras una breve introducción, el relato lleva irremediablemente hacia Holly, cuya presencia lo atrae todo hacía sí.
Aunque con aspecto de saber ya mucho sobre la vida, Holly es una belleza de apenas 18 años que vive de su atractivo y de su ingenio. Sin trabajo conocido, y mientras encuentra un lugar al que pertenecer, es la sensación de la vida social neoyorquina, y se mantiene gracias a las generosas propinas «para ir al tocador» que le dan hombres de todo tipo y condición fascinados por su carácter, a los que Holly maneja y despacha una vez han cumplido su papel. Es descarada sin mala intención, un poco chiflada, alocada, y sincera. Habitualmente no sabe en qué día vive y su mente de artista divaga a menudo por caminos diferentes a los del resto de la humanidad. Uno de los personajes la describe así:
«Bueno, estoy un poco en deuda con la niña. Aunque, si vamos a eso, tampoco es que le deba nada. Está loca. Es una farsante. Pero una farsante auténtica.»
Holly parece no tomarse en serio la vida, vive esperando algo que tiene la seguridad que llegará, pasando por la vida de la forma más livianamente posible, viviendo según sus propias reglas. A pesar de atraerlo todo, Holly no tiene dueño, no tiene hogar, ni pasado, es un ser salvaje, como su gato sin nombre.
«Pensé en el futuro, y hablé del pasado. Porque Holly quiso saber cosas de mi infancia. Ella habló también de la suya; pero fue un recital esquivo, sin nombre ni lugar, impresionista, aunque la impresión que recibí era opuesta a la que me había esperado…»
Su vecino tratará de introducirse en su vida, de ser alguien más importante para ella, y sin embargo Holly es contraria a pertenecer a nada ni a nadie. Esa es su tragedia. Pero detrás de sus enormes gafas de sol y su actitud dispersa, en ella percibimos rasgos que reconocemos como humanos, mortales: el miedo, la ternura o la tristeza.
No es la mejor obra del escritor norteamericano. Comparado con otros trabajos suyos, puede considerarse como artificial, casi frívola. Yo lo creo así. ‘A sangre y fría’ es demasiado grande como obra. Pero al César lo que es del César, es una muestra del repertorio variado de un escritor único, una vertiente más de una personalidad difícil, obsesiva y perfeccionista. En Desayuno en Tiffany’s, Truman Capote consigue modelar un personaje muy especial, lleno de un atractivo verosímil, una actitud y un carácter que a la postre, tras la adaptación cinematográfica, sería algo admirable. Es Holly Golightly, «…la persona más desconcertante del mundo…».
Truman Capote nació en Nueva Orleans, Lousiana, en septiembre de 1924 y murió en agosto del 84 en Los Angeles, California. Fue un artista único; novelista, cuentista, periodista, guionista y dramaturgo. Empezó a formarse a sí mismo como escritor a los 11 once años, cuando ya escribía ficción a conciencia, todos los días. Lo relata en el prólogo de ‘Música para camaleones’:
«Digo seriamente en el sentido en el que otros chicos practican el piano o el violín en casa. Cada día, después del colegio solía ir a casa y escribía durante cerca de tres horas. Estaba obsesionado.»
Durante su vida trabajó para encontrar un estilo nuevo. Fruto de ese trabajo y esa búsqueda son sus obras, entre las más conocidas, ‘Se oyen las musas’ (1956), ‘El arpa de hierba’ (1951), o ‘A sangre fría’ (1966). De esta última obra nacería un nuevo estilo de hacer periodismo. Lo especial del autor norteamericano es que son todas diferentes, fruto de una búsqueda frenética por encontrar la fórmula literaria tan ansiada.
También es interesante que, gracias a su éxito literario, Capote se pudo introducir en las altas esferas de la sociedad neoyorquina de la época. Fruto de ésta época es la recopilación de semblanzas titulada ‘Retratos’, descripciones, bosquejos de personajes no simplemente famosos en el sentido burdo de la palabra, tales como Marlon Brando, Marilyn Monroe, Tennese Williams o Elizabeth Taylor, auténticas leyendas.
Os dejo un fragmento:
Pero si Miss Golighly no llegó a enterarse de mi existencia, excepto en mi calidad de práctico portero, a lo largo de aquel verano yo acabé convirtiéndome en toda una autoridad sobre la suya. Descubrí, observando la papelera que dejaba junto a su puerta, que sus lecturas normales eran la prensa popular, los folletos de viajes y la cartas astrales; que fumaba unos pitillos esotéricos de la marca Picayune; que sobrevivía a base de requesón y tostaditas; que su cabello multicolor no era obra de la naturaleza. La misma fuente de información me permitió saber que recibía montones de cartas del frente. Siempre estaban rotas a tiras alargadas, como registros. A veces me llevaba uno de esos registros para utilizarlo como marca en mis lecturas. «Recuerdo» y «te echo de menos» y «escribe, por favor» y «maldita» y «condenada» eran las palabras que más a menudo se repetían en esas tiras de papel; éstas, y «soledad» y «te quiero».
Además, tenía un gato y tocaba la guitarra. Los días de mucho sol se lavaba el pelo y, junto con el gato, un rojizo macho atigrado, se sentaba en la escalera de incendios y rasgaba la guitarra mientras se le secaba el pelo. Cada vez que oía la música, yo me acercaba silenciosamente a la ventana. Tocaba muy bien, y a veces también cantaba. Cantaba con el acento afónico y quebrado de un muchacho. Se sabía todas las canciones de los musicales de éxito, de Cole Porter y Kurt Well; le gustaban sobre todo las canciones de Oklahoma, recién estrenada aquel verano. Pero en algunos momentos tocaba melodías que hacían que me preguntase de dónde podía haberlas sacado, de dónde podía haber salido aquella chica. Canciones nómadas, agridulces, con letras que sabían a pinar o pradera. Una de ellas decía: No quiero dormir, no quiero morir, sólo quiero seguir viajando por los prados del cielo; y parecía que ésta fuese la que más le complacía, pues a menudo seguía cantándola mucho después de que se hubiera secado el pelo, cuando el sol ya se había puesto y se veían ventanas iluminadas en el anochecer.
CSDL
DATOS DEL LIBRO
Título – Desayuno en Tiffany’s
Autor – Truman Capote
Páginas – 156
Precio – 15 euros
Editorial – Anagrama
Lugar y año de publicación – Barcelona, 1990
ISBN – 9788433920171
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