Mario Menkell lleva una vida corriente, sin muchas curvas. Su camino es anodinamente llano. Mario escribió una novela de éxito hace ya años y gracias a ella consiguió su puesto de profesor de escritura en una universidad privada de Madrid. A pesar de ello, su autoestima roza la franja del bajo cero. Se ha acostumbrado a vivir solo, a no tener amigos, a no crear ni tener problemas de ningún tipo. Es entonces cuando recibe una llamada que lo cambia todo. El desconocido que alquilaba un piso de su propiedad en el barrio de Chueca se ha suicidado y él debe hacerse cargo de todo lo que el piso contiene. La trágica noticia es la chispa que dinamita el estilo de vida del tímido profesor y el principio de un gran cambio en la vida de Mario Menkell.
Este libro es fresco y ágil, nada sesudo pero no frívolo. La historia se lee con facilidad, y entretiene y divierte con golpes de humor que aportan lozanía a una narración que fluye sola. Dan ganas de volverlo a coger cada vez que se deja, apetece retomarlo, y eso a veces no pasa con otros buenos libros.
Es la primera novela que leo de Marta Rivera de la Cruz, escritora gallega a la que he llegado por medio de otro amigo lector. Mordí el anzuelo por el título, y puedo asegurar que aprueba sobrada. Tras quizá un principio algo convencional, se va desvelando una trama que resulta más y más atractiva y que la autora consigue llevar hasta el final con solvencia.
Quizá algunos lectores más críticos aleguen que resulta todo demasiado redondo y por lo tanto difícil de creer; es cierto, pero también lo es que la historia sobrevive a esa posible objeción.
Rivera de la Cruz presenta una tela de araña con temas interdependientes como la imperfecta comodidad de vivir en soledad, el amor no correspondido, las consecuencias de las decisiones que tomamos, o la docencia universitaria.
Os dejo un fragmento:
Al principio compró sólo cosas que podían ilusionar a Klara -los abanicos, las miniaturas, los ídolos japoneses, los programas de música-, fantaseando con la idea improbable de que la mujer de sus sueños apareciese un día ante su puerta con intención de quedarse, y se conmoviese ante la visión de aquellos objetos que le gustaban tanto, pero al final tuvo que reconocer que compraba las cosas para sí mismo: porque eran hermosas, o interesantes, o estaban llenas de misterio -como aquellas tarjetas postales, todas ellas procedentes del norte de España y todas con la misma leyenda: «Te recuerdo desde estos bellos parajes de la cornisa cantábrica» -, o curiosas, o simplemente apetecibles. Las cosas le hacían compañía, salir en su busca entretenía sus horas libres y colocar primorosamente las colecciones que había empezado a reunir era el modo más divertido de pasar las tardes de mal tiempo.
DATOS DEL LIBRO
Capítulo IV 
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