
El último libro de la trilogía de Tolkien, El Retorno del Rey, nos enfrenta con la última de todas las disyuntivas: o hay luz, o todo son tinieblas. Los pasos de Frodo y Sam se dirigen hacia Mordor, mientras los ejércitos del Señor Oscuro cabalgan contra Minas Tirith, la ciudad de los hombres. Podríamos decir que las historias que se entrecruzan en esta novela se enmarcan en un horizonte escatológico, ya que sobre todas ellas planea la sombra del final, “el final de todas las cosas”, tal y como Frodo le dice a Sam (288). Quizá sea esta la razón por la que las palabras “esperanza” y “desesperanza” aparecen insistentemente en las páginas del libro, como términos antagónicos que inclinarán la balanza del lado del bien o del mal, que en este caso se nos presenta como una nada, un vacío espectral. “O nuestras esperanzas se cumplirán, o será el fin de toda esperanza” (47), sentencia el montaraz Halbarad antes de la batalla.
En este último tramo del camino, la amistad entre Frodo y Sam bordea igualmente la quiebra, causada por la desesperación. El portador del anillo llega al límite de sus fuerzas, y será el fiel Sam quien tenga que cargar sobre los hombros con su amigo. “En aquella hora de prueba fue sobre todo el amor a Frodo lo que le ayudó a mantenerse firme”, leemos (223). Por otra parte, los amigos caen en la cuenta de que, con sus escasas provisiones, su viaje hacia el Monte del Destino para destruir el anillo será seguramente un viaje de ida, sin esperanza de retorno. Este escenario funesto hace que la travesía de Frodo y Sam adquiera un tono dramático y, al mismo tiempo, da a sus gestos de entrega y generosidad mutuas una luminosidad especial: “Y acostándose en el suelo trató de abrigar y reconfortar a Frodo con los brazos y el cuerpo. Luego el sueño lo venció, y la débil luz del último día de la misión los encontró lado a lado” (278).

Al término de una reseña sobre la trilogía de Tolkien es de justicia aludir al trasfondo cristiano de su obra. Es cierto que Tolkien no quiso plantear su historia en términos específicamente cristianos, pero el contenido de verdad que nos transmite hunde sus raíces en una visión cristiana del mundo. En su biografía sobre el escritor inglés, Humphrey Carpenter nos explica cómo la presencia invisible de Dios atraviesa su obra. “No se trataba de que esos pueblos que describía, los ‘elfos’, los ‘enanos’, los malévolos ‘orcos’, hubiesen recorrido la tierra ni realizado los hechos que él registraba. Pero sentía —o esperaba— que sus relatos eran de algún modo la encarnación de una profunda verdad”, escribe Carpenter. No creo en las lecturas de El Señor de los Anillos que buscan identificar personajes y elementos de las novelas con personajes y elementos concretos de los evangelios o de la tradición cristiana; tampoco creo que Tolkien estuviera demasiado contento con estas lecturas. Sin embargo, podemos decir que el cristianismo del que brota su trilogía discurre en un nivel más profundo; allí se encuentran actitudes tan esenciales como la esperanza, la misericordia, la alegría o el anhelo de belleza. Así lo leemos en las siguientes líneas:
Allá, asomando entre las nubes por encima de un peñasco sombrío en lo alto de los montes, Sam vio de pronto una estrella blanca que titilaba. Tanta belleza, contemplada desde aquella tierra desolada e inhóspita, le llegó al corazón, y la esperanza renació en él. Porque frío y nítido como una saeta lo traspasó el pensamiento de que la Sombra era al fin y al cabo una cosa pequeña y transitoria, y que había algo que ella nunca alcanzaría: la luz, y una belleza muy alta.
El Retorno del Rey, pág. 252
John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), profesor de literatura en la Universidad de Oxford, fue el creador de la Tierra Media, un lugar del que surgieron sus obras más conocidas: El Hobbit, la trilogía de El Señor de los Anillos y El Silmarillion.
Pablo Alzola
Datos del libro
Título: El Señor de los Anillos III. El Retorno del Rey
Autor: J. R. R. Tolkien
Páginas: 606
Precio: 10,95 €
Editorial: Minotauro
Traductor: Matilde Horne y Luis Domènech
Lugar y año de publicación: Barcelona, 2012