Winesburg, Ohio es una obra en cierto modo inclasificable. No puede decirse que sea una novela, ya que no hay un hilo narrativo que recorra todas sus páginas; tampoco es una colección de relatos independientes, pues todos los que recoge el libro tienen elementos comunes. Está a medio camino. Cada uno de sus veintidós relatos tiene como centro a un ser humano, con sus muchas peculiaridades: el asustado maestro Wing Biddlebaum; Jesse Bentley, el granjero que escuchaba a Dios; la triste Alice Hindman o George Willard, el joven reportero del Winnesburg Eagle, entre otros. Todos ellos viven en el pequeño pueblo que da título al libro, situado en lo profundo del Medio Oeste americano, y por encima de sus diferencias sobresale un anhelo de ser comprendidos que tal vez quedó defraudado en el pasado, pero aún aguarda a otra persona. “Ansía con todo su corazón —leemos a propósito de George Willard— acercarse a algún otro ser humano, tocar a alguien con las manos, que alguien le toque”.
Además, en todos los relatos encontramos a personajes que llegan a una situación límite, muchas veces irracional, tras la cual experimentan una cierta transformación interior o descubren algo sobre ellos mismos. Es el caso del reverendo Curtis Hartman, angustiado por fuertes tentaciones, de la locura de Enoch Robinson o de la pasión que estalla entre la respetable Elisabeth Willard, madre de George, y el doctor Reefy. Son descubrimientos que apenas traen un crecimiento moral de los personajes; más bien, desvelan sus grietas y, al hacerlo, nos muestran su profunda humanidad. A menudo es el joven Willard quien se topa con ellos y observa lo sucedido, como testigo privilegiado, sin saber muy bien cómo reaccionar. “Quería pasarle el brazo por encima del hombro al diminuto anciano”, leemos sobre el encuentro del muchacho con Enoch Robinson.

Fotografía de Walker Evans, 1936
Anderson escribe con gran sobriedad, atención por lo pequeño y un vivo interés por la psicología de sus personajes. En sus relatos contrasta la serenidad de las escenas cotidianas o del amplio paisaje del Medio Oeste con el tumultuoso carácter de los seres humanos que retrata. De este contraste nace, en ocasiones, una singular hermosura. “La belleza del campo de los alrededores de Winesburg —leemos— turbó mucho a Ray aquella tarde de otoño. Es lo que pasó. No pudo resistirlo”. Se ha dicho que el peculiar estilo de Anderson dejó huella en algunos escritores que aprendieron de él, como William Faulkner, Ernest Hemingway o John Steinbeck. Creo que su acento en las contradicciones interiores de los personajes, fuente de comportamientos disparatados o incluso brutales, conecta también con la incisiva prosa de Flannery O’Connor, en cuyos cuentos abundan estos rasgos. Dejo como botón de muestra las siguientes líneas:
Las tardes de verano, después de muchos años de casada y cuando su hijo George era un muchacho de doce o catorce años, Elizabeth Willard subió muchas veces las gastadas escaleras del doctor Reefy. Su figura, de natural alta y erguida, empezaba ya a encorvarse, y andaba despacio y arrastrando los pies. En apariencia iba a ver al médico por motivos de salud, pero la media docena de veces que había ido a verlo el resultado de sus visitas no había tenido que ver directamente con su salud. Ella y el médico hablaban de eso, pero sobre todo hablaban de la vida —de sus vidas— y de las ideas que se les habían ocurrido mientras vivían en Winesburg.
Sherwood Anderson (1876-1941) fue un maestro del relato corto. Entre sus obras traducidas al español destacan Winesburg, Ohio (Acantilado, 2009), La chica de Nueva Inglaterra (Nórdica, 2013) y Muchos matrimonios (Gallo Nero, 2012).
Palzol (Pablo Alzola)
Datos del libro
Título: Winesburg, Ohio
Autor: Sherwood Anderson
Traducción: Miguel Temprano García
Páginas: 256
Precio: 20 €
Editorial: Acantilado
Lugar y año de publicación: Barcelona, 2009
ISBN: 978-84-92649-16-7
¡Qué grandes relatos! Leí la reseña y lo compré. Acierto total, conecto mucho con estos relatos rurales de Estados Unidos.
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