Natalia Ginzburg traza en ésta pequeña obra el devenir de ciertos personajes de un pequeño pueblo ficticio en la Italia de la posguerra. Elsa, la protagonista, repasa las vidas de los miembros de las familias que viven allí y colorea sutilmente sus caracteres, mostrándonos pequeños pedazos significativos de su alma. Nos explica corriendo y con escasas palabras, cambiando de uno a otro, cómo crecieron, cómo les afectó la guerra y el fascismo, en qué pensaban, qué decisiones relevantes o inocuas tomaron y cuáles fueron las consecuencias. Siempre entre los mismos nombres de lugares y entre los mismos rumores de pueblo donde no hay desconocidos («Lo que pesa un pueblo», exclama uno de los personajes). Así, Elsa va describiendo en círculos concéntricos a muchos de ellos, hasta acercarse por último a su propia historia.
Ginzburg emplea sobre todo el diálogo para dibujar los perfiles poco detallados de cada uno; apenas da explicaciones, no profundiza, no se molesta en hacerse entender. Utiliza frases siempre cortas, lanzadas rápidamente, y no te espera. Si lo has entendido, bien, si no… El texto le mete prisa al lector. Ella prosigue sin pausa, pero no queremos que se acerque al final, querríamos que nos contara algo más de aquel hombre que bebe con las cortinas echadas, o de aquél otro del que se decía que tenía cien hijos y un buen corazón. Tan sólo unas inofensivas pinceladas más.
Al inicio del libro, en una nota la autora afirma:
«En este relato los lugares y los personajes son imaginarios. Los unos no se encuentran en los mapas y los otros no viven ni han vivido nunca en parte ninguna del mundo. Y ya lo siento, porque he llegado a amarles como si fuesen reales»
Desde que uno las lee, éstas palabras quedan flotando y tratamos de entenderlas. No hay en él personajes que uno no vaya a olvidar, no son Atticus Finch o Raskolnikov, ni tampoco Jean Valjean. Sin embargo, como espectadores en una obra de teatro, vemos a Purillo, Raffaella, al viejo Balotta, a Tommasino o Vincenzino, y les vemos cerca, podemos adivinar cómo son, por lo menos por dentro. Y comprenderles y apreciarles. Algunos inquietos, otros pacientes; algunos enfermos, otros jóvenes y vitales, los de allí pensativos e introspectivos. Y al final, como le sucede a la autora, uno ha cogido cariño a rostros imaginarios jóvenes y viejos, cuyas historia sucede en un tímido y ficticio pueblo italiano, donde no pasa nunca nada, en las que no cabe más que la calma y lo ordinario.
No, es la belleza que encuentra en las vidas simples la principal fuerza de Ginzburg en esta breve historia de historias.
Os dejo un fragmento:
– Antes,-dijo-, cuando quedábamos en aquella habitación, en Via Gorizia, siempre tenía ganas de contarte todo lo que pensaba. Era maravilloso, la libertad absoluta, una sensación de aire puro. Luego,esas ganas se me han quitado del todo, en estos meses.
– Y crees -dije- que no volverás a tenerlas…?
– Imagino que no -dijo-, una vez idas, ¿cómo pueden volver?
– Antes -dijo-, podía escoger, quedar contigo por la tarde, o no. Ahora a veces, en estos meses, he sentido que no podía escoger, que tenía que quedar contigo sin más remedio, en tu casa, porque ahora ya había escogido, y de una vez por todas. Debía hacer aquello que todos esperaban que hiciese, aquello que también tú y todos los demás esperabais de mí.Y así empecé a enterrar lo que pensaba. Ya no podía seguir enfrentándome con mi alma. Para no oír gritar a mi alma, le he dado la espalda y me he alejado de ella.
– Es horrible -dije-, me has dicho cosas horribles.
– ¿No sabías que era horrible? -dijo-. Tú también lo sabías. Lo sabías, y enterraste esa certidumbre.
CSDL
DATOS DEL LIBRO
Título – Las palabras de la noche
Autor – Natalia Ginzburg
Páginas – 128
Precio – 12 euros
Editorial – Pre-Textos
Lugar y año de publicación – Valencia, 2001
ISBN – 9788481913996
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