Fernando Aramburu nos traslada en estos pocos relatos a algunas de las muchas situaciones trágicas que el terrorismo etarra provocó hace no tantos años.
Es interesante el acercamiento que hace el autor desde diferentes puntos de vista, desde ambos lados, se podría decir. Así, tenemos a los padres de una víctima de ETA que ven cómo su vida ha pasado de blanco a negro en unos meses; la mujer de un guardia civil, cuya familia es amenazada; los viajes que realiza la madre de un preso etarra para ver a su hijo, el héroe del pueblo y otros ejemplos similares.
Es ficción, sí, pero nadie duda que de entre las más de 800 víctimas de ETA hay historias mucho peores, por ser ciertas. Cuando viví en Pamplona pude leer una recopilación sobre la historia del terrorismo en Navarra, desde 1960 a 1986. Se llama Relatos de plomo. Y pasando las páginas no encuentra uno más que cobardía, horror, miedo, rencor, revanchismo y tristeza allí por dónde campaban los ideales de algunos.
Los peces de la amargura es por tanto una aproximación al horror, al ambiente que se respiraba en el País Vasco en aquellos años tan duros. Aramburu no añade dramatismo, los hechos en sí ya lo derrochan.
Los que no lo hemos vivido no sabemos realmente lo que era aquello. Había que estar allí. Por eso es positivo leer sobre estos temas. El de Aramburu es uno, pero no es el mejor que yo he leído. Me gustó más Ojos que no ven, de José Ángel González Sáiz. Se lo regalo a quién puedo. Porque hay que enterarse de las barbaridades que se cometieron, en el País Vasco y Navarra sobre todo, pero también en otras partes de España, y reflexionar sobre ello. Porque, como dice un personaje de uno de los relatos, «es un crimen olvidar ciertas cosas.»
Fernando Aramburu Irigoyen (San Sebastián, 1959) es poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en filología hispánica por la Universidad de Zaragoza. Desde 1985 reside en Alemania, donde combinó la docencia con la creación literaria hasta 2009, cuándo decide dedicarse a ésta última en exclusiva. Entre sus obras destacan sus novelas Fuegos con limón (Editorial Tusquets), o Los ojos vacíos y Años lentos, también relacionado con ETA y reseñado en esta web. Aquí podéis visitar su blog.
Os dejo un fragmento:
Vestido como estaba, Iñigo se tendió entre las piernas separadas de su madre y apoyó una mejilla contra su vientre. Ella le apartó el flequillo; le pasó repetidamente la yema de un dedo por la ceja; le acarició la nariz, la oreja, le frente, el cuero cabelludo, mientras contaba con la mirada perdida en algún punto inconcreto del techo:
-El aitá estaba amenazado. Yo, ni idea. Me enteré después, cuando ya lo habíamos enterrado. Le insistieron para que llevase escolta. No quiso. Hubo quien le aconsejó que abandonara por un tiempo el País Vasco. Dicen que respondió que él era de aquí y que de aquí no se movía. A cabezota no le ganaba nadie. Por lo visto no se consideraba lo bastante importante como para que ETA malgastase con él munición. Hablaba euskera, tenía amigos nacionalistas…, seguramente no se imaginaba que alguien quisiera causarle daño. A veces recibía llamadas. Una tarde me puso yo al aparato. Que le diga al hijoputa de su marido que se vaya preparando. Se lo conté. Quitó importancia al incidente. Trucos de imbéciles para que me entre canguelo y deje el puesto. Eso dijo. Y yo me lo creí.
-Al aitona lo despertó la ambulancia. Dice que oyó la sirena desde la cama y tuvo una corazonada.
-Él sabrá. Nosotros salimos por la mañana temprano de casa. Un jueves. Al aitá no le gustaba que yo condujera estando embarazada, así que desde hacía tiempo me llevaba en su coche al trabajo. Subimos por la rampa del garaje y ahí nos dispararon, nada más llegar a la carretera. Había un coche que taponaba la calle, parado en segunda fila. Seguro que de ellos. El aitá pegó un bocinazo para que nos hicieran sitio y ése fue el último acto de su vida. Vi venir a uno con un jersey azul. Por la manera de acercarse, inclinando el cuerpo, pensé que nos quería preguntar algo. De frente también nos vino alguien. Eran dos. Al segundo le vi un momento la cara. Era una chica. Los cogieron pronto. Y sí, había una chica en el comando.
-Que todos conocemos.
-¿Cómo lo sabes?
-Es la del homenaje de esta tarde. Me lo ha dicho el aitona.
-Pues para que veas con qué gente vivimos en el barrio. Me suelo cruzar con su madre por la calle. Me mira como si yo le hubiera hecho algo malo. Un día fui a una manifestación. Allá estaba ella, en la acera de enfrente; ella y otros, llamándonos asesinos. ¿Te duermes?
-Sigue.
-Una cosa que no se me olvida es el silbido de las balas. Aquello no acababa nunca. Yo pensaba: Dios mío, que acabe ya, lo habéis matado, ¿qué más queréis? En realidad, la palabra silbido no es exacta. Después de catorce años, todavía llevo el ruido dentro de la oreja, pero no sé cómo explicarlo. Quizá el chasquido. No sé. Debería consultar el diccionario.
Fragmento de El hijo de todos los muertos
CSDL
DATOS DEL LIBRO
Título – Los peces de la amargura
Autor – Fernando Aramburu
Páginas – 248
Precio – 17.99 euros
Editorial – Tusquets
Lugar y año de publicación – Barcelona, 2006
ISBN – 9788483103456
Pingback: Orquesta de desaparecidos – Francisco Javier Irazoki | Capítulo IV
Pingback: Años lentos – Fernando Aramburu | Capítulo IV