
“El icono se abre como una luminosa visión rebosante de luz”, escribe Florenski. Es posible comparar el icono a una ventana abierta a un reino luminoso. Del mismo modo que la ventana queda sin propósito al margen de su relación con la luz, el icono solo puede ser concebido como la línea de contorno que delimita una visión del “mundo invisible”, según la expresión del Credo cristiano. En este sentido, el verdadero icono ha de ser siempre más de lo que él mismo es: una visión celestial, y no una simple tabla pintada.
La representación de los santos en la pintura de iconos encierra este mismo significado. Según Florenski, los santos manifiestan –no tanto con palabras, sino con su vida– los misterios del mundo invisible; “unen en sí mismos la vida de este mundo con la del otro”. Esta manifestación es revelada –sobre todo– a través de su rostro, convertido en un bello semblante portador de la luz divina: “aquellos que han transfigurado su rostro en semblante anuncian los misterios del mundo invisible sin palabras, con su propio aspecto”. De este modo, las figuras de los santos plasmadas en el icono aparecen como testigos visibles de una belleza que, de otro modo, sería inasequible a los sentidos.

El icono de La Trinidad, obra de Andréi Rubliov (s. XV)
A su vez, El iconostasio sostiene que la verdad contenida en el icono no es exclusiva de una cultura o una sensibilidad específicas; al contrario, se trata de una verdad de alcance universal. Así, los rasgos de Zeus en el Cristo Pantócrator o de Atenea e Isis en la Virgen María son presentados por Florenski como formas primordiales, comunes a diversas culturas, que descubren una familiaridad con “algo ya conocido y esperado desde hace tiempo por la conciencia universal de la humanidad […], el recuerdo olvidado pero secretamente anhelado de la patria espiritual”. Podría decirse, como hace el autor, que el pintor de iconos está pintando una filosofía:
El pintor de iconos no expresa la ontología cristiana recordando sus enseñanzas, sino filosofando con su pincel. No es una casualidad que la tradición antigua llamara filósofos a los grandes maestros de la pintura de iconos, aunque ellos no habían escrito ni una sola palabra como teoría abstracta. Iluminados por la visión celestial, estos pintores de iconos daban testimonio del Verbo encarnado con los dedos de sus manos y verdaderamente filosofaban con los colores.
Pável Aleksándrovich Florenski (1882-1937), uno de los grandes intelectuales rusos del siglo XX, desarrolló un amplio y hondo pensamiento que abarca ámbitos tan diversos como la teología, la filosofía, la teoría del arte, la física o las matemáticas. Ordenado sacerdote de la Iglesia ortodoxa en 1911, sus conocimientos científicos le permitieron sobrevivir a la Revolución de 1917 y trabajar como experto en física aplicada para el Estado soviético. No quiso renunciar a su sacerdocio, lo que le valió años de campos de concentración y, finalmente, la muerte. Entre sus obras destacan El iconostasio y La perspectiva invertida, sobre teoría del arte; además de La columna y el fundamento de la Verdad, la gran obra de su vida.
Palzol (Pablo Alzola)
DATOS DEL LIBRO
Título – El iconostasio
Autor – Pável Florenski
Nº de páginas – 224
Precio – 18 euros
Editorial – Ediciones Sígueme
Lugar y año de publicación – Salamanca, 2016
ISBN – 978-84-301-1999-8