El idiota – Fiódor M. Dostoievski

El_idiota_PORTADADe todas las páginas escritas por Dostoievski, las de El idiota tienen una clara impronta autobiográfica. Parece como si el autor quisiera llevar a sus personajes al borde de los abismos a los que él se había asomado, sin importarle demasiado el ritmo narrativo, la estructura del relato u otras convenciones de la novela folletinesca de entonces. Así, la vida exiliada del príncipe Myshkin en un sanatorio de Suiza, sus ataques de epilepsia o el relato de alguien llevado al patíbulo e indultado momentos antes de su fusilamiento no son sino resquicios por los que se cuelan las vivencias del propio Dostoievski, quien compuso esta obra a lo largo de cuatro angustiosos años que pasó en Europa occidental, huyendo de sus acreedores. Toda la novela está impregnada por un estado de ánimo febril e intranquilo, plasmado en una atmósfera de miseria, “melancólica y calada de humedad”.

“La belleza salvará al mundo” es, sin duda, la frase de El idiota que ha quedado fijada para siempre, casi como un eslogan. Aunque es habitual escuchar o leer esta cita, en la mayoría de los casos la encontramos sacada de su contexto, desprovista de la hondura que adquiere en la pregunta del combativo Ippolit al príncipe Myshkin: “¿Qué clase de belleza salvará al mundo?”. En relación con esta pregunta, sobresale el contraste entre las palabras que Adelaida, una de las hijas del general Yepanchín, dice de sí misma –“no sé mirar”– y las que dice sobre Myshkin: “el príncipe sí aprendió a mirar en el extranjero”. La presencia del príncipe va desvelando un modo genuino de mirar, capaz de quedar herido por la sola visión del rostro de alguien desvalido: “¡Yo miré su cara!”, exclama Myshkin en alusión a la desdichada Natasia Filíppovna.

La belleza que percibe el protagonista de la novela es bien distinta del ideal de hermosura del mundo que le rodea. Se trata, más bien, de una belleza que va unida a la necesidad y la sencillez de los niños, como reza la frase evangélica que uno de los personajes aplica al príncipe: “Has escondido estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las has revelado a los niños”. En el fondo, la pregunta por la belleza capaz de salvar al mundo encuentra su respuesta en la vida de alguien como Myshkin, dispuesto a dar su vida por salvar a una mujer desgraciada, a riesgo de perderse a sí mismo por el camino. La acción del príncipe no es una simple hazaña quijotesca sino –sobre todo– un modo de imitar a Cristo en su amor; el más hermoso de los hombres se dejó desfigurar el rostro a fin de revelar otra clase de belleza.

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El visitante inesperado (1888), obra del pintor ruso de Ilía Repin

En efecto, toda esta novela fue concebida por Dostoievski como un intento por representar a un hombre del todo bueno, según escribía el autor en una carta: “La idea principal de la novela consiste en representar a un hombre positivamente bueno. No existe nada más difícil en el mundo, especialmente hoy […]. En el mundo solo existe una persona positivamente buena: Cristo”. Dostoievski reconocía en el Quijote una figura literaria muy cercana a Cristo, pero carente de mansedumbre. Por ello creó la figura del príncipe Myshkin, cuya mansedumbre se presta a ser malinterpretada por sus vecinos –y por el propio lector– como ingenuidad, pasividad e incluso idiotez; del mismo modo que el amor cristiano acepta el peligro de ser malentendido o rechazado. Las palabras del príncipe acerca de su encuentro con una campesina sugieren este significado:

Cuando volvía al hotel, tropecé con una campesina con un niño de pecho. La mujer era todavía joven y la criatura tendría mes y medio. El niño le había sonreído por primera vez desde que nació. Vi que ella se santiguaba con gran devoción. “¿Por qué haces eso, muchacha?”, le pregunté, porque entonces siempre andaba haciendo preguntas. Y ella contestó: “Al igual que una madre se regocija de ver la primera sonrisa de un niño, Dios también se regocija cuando ve desde el cielo a un pecador que se arrodilla ante Él orando de todo corazón”.

Fiódor M. Dostoievski es uno de los grandes novelistas rusos del siglo XIX, con títulos de resonancia universal como Crimen y castigo, El idiota o Los hermanos Karamázov. La historia del príncipe Myshkin cumple 150 años; fue publicada en folletines en El mensajero ruso entre 1868 y 1869.

Palzol (Pablo Alzola)

DATOS DEL LIBRO

Título – El idiota

Autor – Fiódor M. Dostoievski

Nº de páginas – 912

Precio – 16,50 euros

Editorial – Alianza Editorial

Lugar y año de publicación – Madrid, 2012

ISBN – 978-84-206-0907-2

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